lunes, 15 de noviembre de 2010

Leer con luz de luna

Arturo Pérez-Reverte publica en su columna de XLSemanal un artículo titulado "Leer con luz de luna".

En este artículo habla del libro electrónico, de qué le preguntan sobre él, y nos cuenta lo que él piensa y opina al respecto:

Hace tiempo que me preguntan por el libro electrónico. Qué opino y cómo veo el futuro, la desaparición del papel, los formatos clásicos y demás. Siempre respondo lo mismo: me da igual, porque yo escribo lo que va dentro. Mi trabajo es ocuparme del contenido: contar historias y que la gente las lea. Del soporte se ocupan otros. Editores y gente así. Y, por supuesto, los lectores que recurren al medio que estiman conveniente. Estoy convencido de que, en un mundo razonable, la oposición entre libro de papel y libro electrónico no debería plantearse nunca. Lo ideal es que el segundo complemente al primero, llevándolo donde aquél no puede llegar. Como herramienta eficaz de trabajo, por ejemplo. O facilitando el acceso a asuntos menos afortunados en librerías convencionales: teatro, poesía, autores sin respaldo editorial, literatura bloguera, descargas y otros experimentos interesantes que el concepto clásico no favorece demasiado. Pero no es eso lo que se plantea. Al hablar de libro de papel y libro electrónico, lo usual es oponerlos. Obligarte a elegir, como siempre. O conmigo o contra mí. Y no es ésa la cuestión. Creo. El libro electrónico es práctico y divertido. Hace posible viajar con cientos de libros encima, trabajar consultándolos con facilidad, aumentar el cuerpo de letra o leer sin otra luz que la propia pantalla. Incluso los hay con ruido de pasar páginas cuando se va de una a otra «lo que no deja de ser una simpática gilipollez».

Efectivamente tiene bastante parte de razón. A un escritor le debería dar lo mismo dónde le lean sus lectores y no me refiero a si en el salón o en el cuarto de baño, que también, si no a que lo importante será que le lean. Personalmente creo que es desde el mundo editorial desde el que más trabas se ponen, y aunque tiene su parte de lógica, habrá que aceptar que los tiempos cambian.
Pero al final del párrafo Pérez-Reverte se equivoca. Creo que no habla de un lector electrónico sino de los populares tabletos (que mal suena la jodida palabra). Un lector electrónico, los de la tinta electrónica no permiten leer con la luz de la propia pantalla, porque no la tienen. Como yo no soy Moratinos, supongo que conmigo no se enfadará ;)

En su segundo párrafo sigue en la misma línea.
Además, mientras lees puedes zapear a tu correo electrónico, escuchar música, ver imágenes y cosas así. Todo muy salpicadito, multimedia. Cuando lees, por ejemplo, «Tienen, por eso no lloran / de plomo las calaveras», puedes ilustrarlo con la foto de guardias civiles que hizo Robert Capa, escuchar a Estopa, ver cómo va el Barça-Osasuna y mandar un emilio a tu churri anunciando que le vas a sorber el tuétano. Y ahí surge uno de los problemas. No con la churri, ni con García Lorca. Ni siquiera con la Guardia Civil. Surge cuando, en vez del Romancero gitano, lo que trajinas es el Oráculo manual y arte de prudencia de Gracián, Lord Jim o La Regenta. Entonces la atención necesaria se puede desparramar un poquito.

Es cierto que los nuevos dispositivos -y hablo de lectores electrónicos, no de otros aparatos que puedan utilizarse para leer, quede claro- con conexión wifi o 3G permiten conectarse a Internet para mandar mensajes a la churri, pero a día de hoy ni es cómodo, ni es eficaz ni es práctico. A mi personalmente no tienen que venderme la burra por ahí, yo quiero algo que me permita leer y no irme al tuiter o al fisbuq de turno. Cuando leo, no tengo televisión, ni radio, quizás música, pero lo que intento es leer.
Creo que Pérez-Reverte vuelve a confundirse de aparato.

Al tercer párrafo de su artículo nada que objetar, ojalá pudiera tener yo en casa sitio para colocar 30.000 libros, sinceramente le envidio por ello. Desde que dispongo de libro electrónico no he dejado de leer en papel, todo lo contrario. De todos modos, los libros electrónicos permiten anotar, subrayar y marcar perfectamente, no con mi letra pero lo permiten. Lo de hacerlo envejecer ya es otra cosa.


Estoy harto de toparme con pantallas en todas partes, hasta en el bolsillo, y me niego a transformar mi biblioteca en un cibercafé. Con un libro electrónico, sea El Gatopardo o El perro de los Baskerville, no puedo anotar en sus márgenes, subrayar a lápiz, sobarlo con el uso, hacerlo envejecer a mi lado y entre mis manos, al ritmo de mi propia vida. No hay cuestas de Moyano, ni buquinistas del Sena, ni librerías como las de Luis Bardón, Guillermo Blázquez o Michele Polak donde los libros electrónicos puedan ocupar sus venerables estantes y cajones. Nada decora como un buen y viejo libro una casa, o una vida. Ninguna pantalla táctil huele como un Tofiño, un Laborde o un Quijote de la Academia, ni tampoco como un Tintín, un Astérix o un Corto Maltés al abrirlos por primera vez. Ninguna conserva la arena de la playa o la mancha de sangre que permiten evocar, años después, un momento de felicidad o un momento de horror que jalonaron tu vida. Y déjenme añadir algo. Si los libros de papel, bolsillo incluido, han de acabar siendo patrimonio exclusivo de una casta lectora mal vista por elitista y bibliófila, reivindico sin complejos el privilegio de pertenecer a ella. Que se mueran los feos. Y los tontos. Tengo casi treinta mil libros en casa; suficientes para resistir hasta la última bala. Quien crea que esa trinchera extraordinaria, su confortable compañía, la felicidad inmensa de acariciar lomos de piel o cartoné y hojear páginas de papel, pueden sustituirse por un chisme de plástico con un millón de libros electrónicos dentro, no tiene ni puta idea. Ni de qué es un lector, ni de qué es un libro.

El artículo completo de Arturo Pérez-Reverte puede leerse en su página web.

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